Tamara psicologa tenerife

La Puerta y el Clavo

“Juan era un niño como todos, aparentemente con una vida normal, acorde a su edad, pero tenía un problema con su mal carácter. Sus padres habían notado la gravedad de ese problema.

Todos los días Juan se peleaba con sus hermanos, amigos, compañeros del colegio o cualquier otra persona que le rodeaba.

Una mañana su padre le entregó un paquete. Juan con inmensa curiosidad lo desenvolvió y se sorprendió mucho al ver el contenido de ese extraño regalo: ¡Una caja de clavos!

El padre lo miró fijamente y le dijo: “Juan, vamos a hacer lo siguiente, cada vez que pierdas el control de tu carácter y contestes mal a alguien, clava uno de estos clavos en la puerta de tu habitación.

El niño obedeció las indicaciones de su padre. El primer día clavó más de 10 y pronto su puerta estaba casi llena de clavos. Él mismo se sorprendía de las veces que perdía el control al ver la cantidad de clavos que clavaba tras su puerta al día. Ser consciente de esto mismo, le ayudó a esforzarse por respirar y pensar antes de reaccionar.

Con el paso del tiempo, el niño fue aprendiendo a controlar su mal carácter, por consiguiente, la cantidad de clavos por día comenzó a ser menor. Juan descubrió que era más fácil controlar su temperamento que clavar los clavos. Finalmente llegó el día en que Juan ya no clavó ninguno, porque había aprendido a ser más tolerante con los demás. Ese día su padre orgulloso, le sugirió que hiciese lo contrario en la puerta. Cada vez que Juan pudiera controlar su mal carácter, tenía que sacar un clavo.

Los días transcurrieron y Juan logró quitar todos los clavos. El padre notó que el niño había aprendido muy bien la lección.

Entonces lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta, y con mucha tranquilidad le dijo: “Haz hecho bien, pero mira los agujeros que tiene la puerta, provocados por los clavos.“La puerta nunca volverá a ser la misma”.

Cuando no controlas tus palabras en un enfado, dejas una cicatriz en las personas igual que en la puerta. No importa cuántas veces pidas perdón, las marcas muchas veces seguirán ahí. Una herida verbal puede ser incluso más dañina que una física.

 

Tamara de la Rosa / Psicólogo Tenerife

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